15 enero 2005

Relato número seis: Fumar puede engañar

¿Y cómo sabes tú eso? — le preguntó Ignacio.

Pues lo sé, no te puedo decir quién, pero alguien me lo ha dicho y no le pongo cara. Además, yo ya te lo dije, que yo tengo un sexto sentido para eso —le espetó casi con desprecio Olivier. Acababan de llegar al lugar en el que habían quedado citados con Elena, y apenas habían pasado quince minutos desde que tenían algo que beber entre las manos y ya estaban comentando los últimos chismorreos sobre Ángel, antiguo amigo de Olivier primero, y del resto después, que no había acudido a la cita.

No sé, la vida da muchas vueltas, a saber qué tipo de cosas le habrá tocado vivir — comentó Elena —Aunque por otra parte, se me hace un poco extraño todo esto que estáis contando. Yo a él lo vi muy convencido de que eso era lo que quería. Pero bueno, ya han pasado dos años y supongo que no querrá ni oír hablar de esas experiencias. Todos hemos tenido dudas con respecto a eso… — Elena hizo una breve pausa —Ya ves, casado y con un hijo. Feísimo, por cierto.

A medida que la conversación entre los tres iba avanzando, se iba volviendo más trivial, como cuando solían reunirse hace años. Siempre acababan hablando sobre banalidades, que era lo que más les divertía.

¿Te acuerdas, Elena, del día en que tu casero nos echó a la calle por montar la obra de teatro en el patio? Fue increíble, en mi vida me lo he pasado mejor— comentó Olivier

Uf, todavía se oyen los gritos por el vecindario. Se puso hecho una fiera, y todo porque metimos a todos los mendigos del barrio en casa.

Pero la intención era buena… los pobres no sabían ni qué era una obra de teatro —dijo Ignacio.

La intención fue buena, pero los resultados… todavía recuerdo a aquel tipo asaltando la nevera mientras el otro registraba hasta debajo de los colchones a ver que se podían robar. Por no hablar del escándalo que formaron —dijo Elena, encendiéndose un cigarro —

Aquello parecía una versión muy libre del Plácido de Berlanga—comentó Ignacio, a la vez que se colocaba bien la bufanda sobre la boca para protegerse del frío.

Al igual que Ignacio, Elena y Olivier empezaron a sentir frío; la noche no era muy cálida (lo normal para Diciembre), y estar en plena calle a la una de la mañana no ayudaba demasiado. Ambos se acercaron para poner sus cuerpos en contacto, de manera que el calor de los mismos consiguiera subir un poco la temperatura. Ignacio se acercó a Olivier, y le introdujo la mano derecha en el bolsillo izquierdo de su chaqueta. Cuando lo hizo, pudo identificar por el tacto un paquete de tabaco y un mechero.

¿Por qué tienes esto en el bolsillo?—le preguntó Ignacio

Es para liarnos unos porros después. Ya que Elena siempre trae el material, que menos que yo aporte el tabaco, ¿no?—le contestó Olivier

Mira, no me jodas; —le dijo Ignacio cabreado— y si es así, ¿Dónde está el resto del paquete?, porque lo que yo he podido tocar era menos de la mitad —dijo Ignacio, mientras Elena se iba intentando apartar poco a poco de la conversación, buscando entre la gente que les rodeaba alguien con quien hablar.

Este paquete es un resto que me dio Elena el otro día —dijo Olivier, convencido de que Ignacio no se creía nada de lo que le estaba contando, ya que ni él mismo era capaz de construir con veracidad esta historia. Pensó en seguir con la mentira y decirle que el paquete era de Elena, que se lo estaba guardando, pero Elena ya le había delatado antes sacándose un paquete del bolso que llevaba; en ese momento, Ignacio pidió a Elena que los disculpara y apartó a Olivier hacia un lado.

Ignacio y Olivier se apartaron y dejaron a Elena sola, que aprovechó para ir al servicio, que era por otra parte, la única opción que le quedaba.

No me puedo creer que estás fumando otra vez —dijo Ignacio

Pues ya ves.

¿Desde cuando lo haces? —le preguntó a Olivier

Desde el verano asiduamente —le contestó Olivier

Osea, que desde antes del verano ya habías vuelto a caer… Me parece de una persona tan cobarde, que después de lo mal que lo pasaste para dejarlo hayas vuelto a caer intencionadamente. Y lo peor es que no me hayas dicho nada.

Sabía que te ibas a enfadar. Mira como te has puesto en cuanto lo has descubierto…—le dijo Olivier

¿Descubierto? Yo lo sé hace meses, pero quería ver hasta donde podías llegar. No había que ser muy listo para darse cuenta, sobre todo por las pistas que ibas dejando. El aliento con olor a tabaco, los mecheros repartidos por toda la casa, los largos paseos a por el periódico…—Ignacio respiró hondo y su gesto empezó a tornarse mucho más serio—Me parecía demasiado tener que recurrir a registrarte tu bolsa, no quería tener que llegar a ese punto. Y la casualidad ha hecho que me entere de esta manera. ¿Quién lo sabía?

Pues todo el mundo —le contestó en voz baja Olivier, como si hacerlo así hiciera que el impacto fuera menor

Estupendo. Todo el mundo sabe que fumas menos yo, que vivo contigo —le dijo Ignacio

No creo que sea para tanto, Ignacio. Es tabaco, lo dejo otra vez y ya está. Tampoco creo que me cueste tanto.

No es sólo eso, Olivier. Estoy muy decepcionado. No concibo que me engañes, ni en esto siquiera. En las cosas sencillas es donde la gente demuestra su verdadera forma de ser. Y lo que para ti es una tontería, para mí es una decepción que me hace plantearme muchas cosas.

Siento que te hayas enterado….

¡Joder! ¿Qué sientes que me haya enterado? ¡Es increíble! ¿Así que me engañas durante meses y me dices que sientes que me haya enterado? Lo tuyo no tiene nombre, tío. Deberías sentir haber vuelto a caer como un idiota y no que yo me haya enterado—el tono de Ignacio iba subiendo cada vez más, hasta el punto que los que les rodeaban comenzaban a mirarles.

Bueno, pues te prometo que lo dejo, créeme.

Mira Olivier, ya me lo prometiste una vez y no lo has cumplido. No puedo creerte ahora porque ya me fallaste una vez.

Pues perdóname por lo menos por no haberte dicho nada…

No puedo Olivier; por mi cabeza ahora mismo están pasando demasiadas cosas que no tiene que ver con esto y que no me dejan pensar. Me voy a casa, me has amargado la noche. Tú haz lo que quieras, y despídeme de Elena.

Ignacio se marchó de allí con ganas de llorar; la alegría de la gente que iba apartando de su camino para poder avanzar contrastaba con su tristeza. Y por primera vez desde hace mucho tiempo, las dudas volvieron a su cabeza. Ignacio sabía que haber hablado de Ángel no había sido buena idea….

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