15 junio 2009

El doblaje español es una mierda

Llevo tanto tiempo viendo todo lo que que entra por mis ojos en versión original que me cuesta horrores hacer concesiones. No veo ficción televisiva extranjera en alguna televisión española desde hace años (¿Friends?). Cuando una película no es estrenada en VO, paso y me espero al DVD. Y no, no es una actitud snob ni gafapasta, aunque pudiera parecerlo. Cada uno es libre de elegir lo que quiere ver y cómo lo quiere ver. Sólo digo que yo paso de todo lo que no esté en VO siempre que pueda conseguirlo en VO. Y se que esta actitud, que pudiera parecer bastante elitista y poco popular (y que no me convierte en nada especial pues hay millones de personas que hacen lo mismo que yo y no lo van contando por ahí) hace que me pierda muchas cosas por el simple hecho de que cuando estrenan algo doblado y me digo "esperaré al DVD", el 80% de las veces se me olvida que quería verlo y me lo pierdo.

Es por ello que este fin de semaname vi Te quiero, tío -por una vez no es un problema de traducción: el título es así de chungo en su origen-, la última película de Paul Rudd (si, soy megafan de este hombre) a sabiendas de que no iban a estrenarla en VO pues no creo que el público objetivo busque precisamente eso en una peli como esta. Y el caso es que viéndola me di cuenta de una cosa: lo malos que son los dobladores de este pais de un tiempo a esta parte (y puedo asegurar que para dejar de ver películas dobladas he visto muchas películas dobladas porque no he tenido más remedio). Es verdad que siempre se ha sacado pecho en los medios y en las publicaciones cinematográficas alardeando de que los dobladores españoles eran de lo mejorcito que había en el mundo (recuerdo el caso de Los Simpsons, eternamente publicitado). Y no digo yo que eso no fuera cierto: la personalidad de muchos actores terminaba de dibujarse en tu cabeza gracias a la voz de Ramón Langa o los millones de anónimos a los que, nada más oirlo, asociabas con mil personajes. Yo especialmente recuerdo el tremendo trabajo de los dobladores de Friends, que hicieron que la serie (la cual he visto en parte en VO) ganara muchísimos enteros, siendo la voz de Mónica (fallecida hace un tiempo) mi favorita.

Esta sobrevaloración de los dobladores es posible en un país en el que la emisión en VO para el gran público es casi inexistente. No recuerdo, más allá del Cine Club de La 2 de hace unos años y algunas propuestas del canal Arte también en La 2 ninguna oportunidad de que el espectador pueda siquiera plantearse si prefiere el doblaje o no. Y es vergonzoso ver como, incluso en países del tercer mundo, la ficción se emite en versión original mientras que aquí todo tiene que pasar por el aro del doblaje. Y no solo eso, sino que encima hay verdaderos tiras y aflojas entre el gobierno catalán y el del Estado por doblar películas al catalán: que digo yo que oir a un granjero de Minesotta en castellano es lo suficientemente absurdo como para que encima tenga que orilo en catalán. No me cuadra. Y no entiendo porqué no hace nadie nada al respecto. Joder, que doblar una peli tiene que costar una pasta. Y ponerle un subtítulo, ¿cuanto?: ¿el sueldo de un traductor y el de un transcriptor?

Y todo esto viene a cuento de que en Te quiero, tío, los personajes están doblados con el culo. Jason Segel parece un hombre de 50 años cuando habla y el doblaje ha hecho que el personaje de Paul Rudd quede como un auténtico payaso ridículo cuando dice las chorradas que dice, seguramente propias de un doblaje que ha pretendido localizar todos y cada uno de los chistes y coletillas. Por no hablar de que hay voces que están a destiempo. Y yo salí del cine pensando en porqué tuve que ceder y ver una película que sabía no iba a ver en las condiciones correctas para que me gustara. Que aquí mucho rasgarnos las vestiduras exigiendo copias de calidad, pasando de screeners y fomentando la visión de las películas en las salas pero después me metes la voz de actores que lo más que han hecho ha sido doblar a Naruto.

Eso no quita que la película sea una cosita sin gracia que podía haber dado mucho más de si. Eso me pasa por esperar demasiado de este tipo de productos...

09 marzo 2009

El cine de colorín (II)

Sesión dos de esta fiebre por le cine de aventuras de colorín que me ha entrado. A ver si dura...

Hoy una doble con Stewart Granger. Para los que no lo conozcáis, el hombre fue el elegido para una serie de películas de aventuras en los 50, como prototipo de galán aventurero en una época en la que Errol Flyn no estaba ya para esos trotes. Como botón de muestra, dos películas que encajan perfectamente el molde aventuras-colorín: El Prisionero de Zenda y Scaramouche.

El prisionero de Zenda es un libro que todos los veranos estaba en la mesita de noche de la casa de campo donde veraneábamos. Es, junto a El hombre invisible, las dos novelas que logré evitar durante esos veranos de calor. La verdad es que prefería a Los Hollister, una serie de libros sobre una pandilla (una copia descarada de Los 5) que vistos ahora parecen bastante infumables pero que a mi me chiflaban. El caso es que empezaba El prisionero... cada 22 de junio y llegaba septiembre y volvía a abandonarlo con no más de 20 páginas leídas, para retomarlo al año siguiente con las hojas un poco más pegadas debido a la humedad que sufría la casa en invierno. Y así hasta hoy, en que he podido por fin enterarme de qué va la historia del dichoso prisionero. 

Sin ser nada del otro mundo ni redescubrir nada que otras películas de aventuras hayan hecho, la película de Richard Thorpe es una muy entretenida cinta donde hay amor, traición, ansias de poder, pistolas, luchas con espadas, amores imposibles, deberes ineludibles que cumplir, saltos, decorados de cartón piedra y vestuario de lujo. Y a mi, con la mitad de esas cosas ya me vale. Stewart Granger se revela como un hombre talludito, pero acorde con la edad del protagonista, quesin comerlo ni beberlo y debido al gran parecido con el rey de Ruritania (ejem...) se ve en la obligación de sustituirle en la toma de posesión ya que el verdadero rey ha caído bajo los efectos de un veneno que le dejará 48 horas dormido. Evidentemente la cosa se complicará y tanto el hermano del rey como su compinche (me encanta esta palabra) harán todo lo posible pordescubrir el engaño. 

A pesar de que es bastante improbable que nadie en el reino se diera cuenta del cambiazo (ni su propio hermano...), la cosa avanza de una manera muy interesante, con retos que se le van presentando al bueno de Granger que hacen que la cosa se complique cada vez más. La lucha final con James Mason es el clímax que la historia merecía y que deja en evidencia lo adecuado de Mason para el papel. Y aunque lucha a espada hay poca, se ve compensado por la historia de amor imposible, el tejemaneje de los aspirantes a reyes o la eterna diatriba entre lo que a uno le apetece hacer y lo que debe de hacer. Muy buena.

La segunda de hoy es Scaramouche (que en mi cabeza siempre ha estado confundida con Esquilache... algún día hablaré de cosas que en mi cabeza son lo mismo pero que después ya se ve lo que tiene que ver), también protagonizada por un Granger dispuesto a todo pero al que físicamente el cuerpo no acompañó. Lo peor que le puede pasar a un héroe es que éste parezca viejuno y torpe en sus movimientos (a no ser que estemos hablando de otra cosa), y Granger no creo que sea el más adecuado para las aventuras de Scaramouche. Así como en Zenda el tipo era perfecto, pues el personaje requería de cierta madurez física y mental, aquí la cosa  es mucho más física y ahí Granger queda un poco ridículo, como de galán trasnochado (léase Roger Moore haciendo de James Bond). Una vez superado eso (que yo no pude), la película es un folletín pero de los buenos: hermanos que no lo son, pero después sí y al final resulta que no, padrastros que revelan al verdadero padre que a su vez revela que no es el verdadero, enemigos de sangre aunque ellos no lo sepan, alter egos escondidos tras una máscara, persecuciones a caballo, historia de amor imposible y montones de escenas de lucha con florete. Si el componente lucha de espadas en Zenda era más bien anecdótico, en Scaramouche se convierte en el eje principal, en la forma de resolver todos los conflictos (y de estas escenas hay algunas que no están rodadas con demasiada maestría, como la final en el teatro). Y aunque la película es entretenida, hubo momentos en que me aburrí un poco. Cosa que no entiendo, porque casi todo ocurre al final y podían habernos dosificado un poco los acontecimientos a lo largo del metraje. Para más inri, como he dicho, a Granger le queda viejo el traje de espadachín, y su parteneaire Janet Leigh no puede actuar de una forma más clásica (léase cursi). 

Los aspectos técnicos merecen un capítulo aparte. Siento una curiosidad tremenda por saber porqué en el cine se hace una cosa como esta: tenemos los actores en un plano, en medio del campo. Hay planos generales en los que están todos (y son ellos, no dobles) y se ve claramente que estamos en un escenario natural. Acercamos el zoom un poco (sin llegar si quiera al plano americano) y ya tenemos croma. Joder, a mi me mola un montón el croma pero es que ¡¡¡canta demasiado!!! Y lo peor es que no veo la necesidad de hacerlo... si ya estás ahí con todo el mundo desplazado, ¿no sería mejor tirar tres planos más y  recurrir al croma que por muy barato que sea siempre va a ser más caro que diez metros de película? El otro aspecto técnico que me llamó la atención fue la bajada de fps en las escenas a caballo para hacer que parezca que todo va más rápido. Una vieja técnica usada en miles de películas mudas o de acción, pero que para esa época yo ya creía superadas. Dos detalles que no son más que anécdotas en una película que me ha gustado pero de la que esperaba algo más. Y se suponía que Scaramouche era la que me iba a gustar más y Zenda la que menos, y al final ha sido totalmente al revés. 

01 marzo 2009

El cine de colorín

Últimamente me ha dado por le cine de aventuras. Y gracias a mi consejero audiovisual, cuando me da por algo, puedo tener todo lo que quiero. Mi intención es verme de un tirón Robin de los Bosques, Camelot, El prisionero de Zenda, El Temible burlón, Ivanhoe, Scaramouche, El halcón y la flecha y todo lo que caiga en mis manos que sea capaz de mostrar una paleta de colores más grande que la del Paint. Para empezar elegí Las aventuras de Robin Hood porque era la que más cariño le tenía de pequeño. No se cómo ni cuando la vi, supongo que cuando las televisiones aun recurrían a ella en horario de tarde. Y yo lo flipaba. Ver esos colores, esos decorados de cartón piedra y ese doblaje al español que la mayoría de las veces eliminaba cualquier sonido ambiente (consecuencia de que antes la pista de sonido no viniera separada de la pista de voces, como ocurre desde hace años) era algo que me hipnotizaba, y que ha debido dejar su poso porque cualquier cosa que reúna esas tres características me despierta una irrefenable atracción.

El caso es que lo bueno de no tener memoria es que puedo ver las películas una y otra vez y sorprenderme con detalles (y líneas argumentales completas) que había olvidado. Y el otro día me sorprendí a mi mismo flipándolo con el primer encuentro entre Robin y el príncipe Juan, el momento en que se van uniendo a Robin los personajes que le acompañarán en la defensa del rey o el concurso de tiro con arco y huída de Robin.  Pero sobre todo con la sensación de que todo fluye con una facilidad pasmosa, que no hay género que me guste más que el cine de aventuras bien narrado y que no entiendo cómo aquellos que buscan la esencia de Indiana Jones no recurren directamente a los clásicos y dejan de esperar que Indy les decepcione una vez más.



Y después de semejante plato me apetecía ponerme con algo a lo que llevaba tiempo queriendo hincarle el diente: Robin & Marian. La película crepuescular del héroe, la que demostró que se puede envejecer a un personaje con dignidad (otra vez podríamos hablar de Indy y su oportunidad desaprovechada en su última aventura) y la que tiene uno de los finales más bonitos que he visto en mi vida. 

Robin & Marian gana muchísimos enteros por algo que no es mérito suyo: el verla después de haber visto Robin de los bosques. Si en la primera todo era juventud, lozanía y felicidad, en esta el paso del tiempo ha hecho sus estragos y nos encontramos a un héroe al que como años atrás, le vuelve a caer la responsabilidad de liderar un movimiento en contra de los abusos de poder. Sólo que esta vez ni el cuerpo responderá de igual manera ni Inglaterra y Sherwood son el mundo de fantasía que conocíamos. Me emocioné tremendamente al ver a Sean Connery intentando subir el muro del castillo para escapar y darse cuenta de que su cuerpo no le respondía, o ver como Robin tiene serias dudas de que deba ser él el que otra vez se enfrente a las injusticias del poder absoluto impuesto por el Rey. 

Decir que es una película crepuscular sobre un héroe que lo fue y que intenta volver a serlo es decir ya mucho. Eso ya sería suficiente para amarla. Pero lo más interesante de la película es ver cómo, a través de pequeños detalles (sin llegar a los niveles de Mel Brooks, eso si), el guionista (James Goldman) y el director (Richard Lester) nos humanizan al héroe que siempre nos han enseñado como perfecto: Robin, como todos pensábamos, debajo de sus ropas no lleva calzoncillos. Y a Robin, por supuesto, le pesa la espada como un quintal. Y en Sherwood se duerme en el suelo, con la cabeza apoyada sobre una piedra. No hay forma más sencilla y efectiva de transmitir lo que quieres expresar sin recurrir a largas parrafadas de guión.

Una película extrañamente bella, romántica (sin caer en la cursilería), con un puñado de escenas para enmarcar (el momento en que Marian se quita el hábito y se enseña como mujer, la huída del castillo tras rescatar a las monjas, la muerte del Rey en manos de Robin, la lucha de espadas final o por supuesto la escena final en el torreón y esa flecha marcando el lugar), unas interpretaciones perfectas y que te deja con ganas de que algún día, otra película te haga experimentar sensaciones parecidas. Yo voy a empezar a buscarla ya...

10 febrero 2009

Conectamos en directo

Oh my god... estaba comiendo y me he encontrado con ella: Ángela Rodicio ha vuelto. Tras su rocambolesca salida de TVE en la era Urdazi, creía que esta mujer se había metido a presentadora del tiempo en alguna televisión rusa de esas que te obligan a salir desnudo. Pero no, ahí ha estado agazapada y esperando el momento para volver. Supongo que en tiempos de ERE's y jubilaciones anticipadas a TVE le costará encontrar profesionales no ya que tengan valor de irse a Oriente Medio, sino que puedan hablar con conocimiento de causa de lo que allí pasa y porqué pasa lo que pasa. La Rodicio será más o menos simpática, se habrá comprado sus trapitos con cargo a la visa de RTVE (o no, que no lo se), pero de Oriente sabe un rato. Y gracias al cielo, no llega a los límites de prepotencia, desagradabilidad y mala presencia de Enrique Zimmerman, el corresponsal de A3 en Jerusalén que parece que ha ganado la plaza de por vida.

En esto de las corresponsalías está claro que TVE lleva la ventaja a todas las televisiones nacionales. Ahora mismo es la que más gente tiene desplazada a capitales mundiales, y es la única que no los humilla encargándole noticias del tipo "la moda llega a los rabinos" o "¿cuánto dinero que se recauda de recoger las monedas de todas las fuentes de Roma?". Si un corresponsal de TVE te cuenta algo es porque lo que te va a contar es consecuencia de un background y un análisis que te aleja un poquito más del pensamiento tópico que tienes sobre la zona. Y eso yo, lo agradezco. Porque hablamos de corresponsalías internacionales pero... ¿qué es eso de mandar a un tipo a la carretera de La Coruña para que me cuente el accidente de tráfico de turno? ¿es necesario desplazar a un tipo para eso? Eso, en T5, son expertos. Los madrugones que se deben de pegar los chavales para cubrir noticias absurdas o para simplemente decir si hoy, 20 de febrero, hace frío en Puerto Hurraco: "Está pasando y se lo estamos contando". Pues gracias, pero me lo creo aunque tu no estés ahí, la verdad.

De todos los corresponsales, hay dos que no soporto: el citado Zimmerman y el enviado de A3 a EEUU. Es increíblemente desagradable ver como controla los timmings creyendo que así consigue darle ínfulas de interes a su chascarrillo. Porque es que el 90% de las veces eso no son más que noticias de La Farola, y él las cuenta como si tuviera que autoconvencerse de que vivir en New York con todos los gastos pagados está justificadísimo.

Y de todos los corresponsales, hay dos que son mis favoritos. Uno es la recientemente jubilada Rosa María Calaf: grande entre las grandes, me cuenta un compañero de trabajo que está absolutamente flipada como persona. Vive en un caos absoluto y organiza fiestas donde quiera que va en las que no falta nunca un jamón de pata negra. Eran antológicos sus reportajes para Informe Semanal, demostrando que si le daban un poco más de sus 2 minutos de conexión podía hacer virguerías. Y mi otra favorita, y recogedora del testigo dejado por la Calaf es Rosa María Molló: de Nueva York ha pasado a llevar la corresponsalía de China y, aunque aun no la he visto en su nuevo destino, supongo que seguirá haciéndolo igual de bien que antes: presencia, saber hablar y contar todo lo que quiere contar en las conexiones en directo y sobre todo una elección de temas para sus reportajes la mar de interesantes.

Larga vida a Molló y a todos los corresponsales de TVE, y ERE fulminante para los corresponsales de A3 de Jerusalén, Nueva York y Roma. Podemos vivir sin vuestras chorradas.