Pongámonos en una situación que a todos nos ha pasado alguna vez: de repente, vamos por la calle y ante la mirada atenta de todo el mundo, te tropiezas y te caes, dándote de bruces contra el suelo (hay algunos extras posibles a esta situación como la existencia de charcos, excrementos de animales o que en tu caída arrastres a otras personas desconocidas al suelo). Evidentemente, lo que a todos nos interesa en ese momento es levantarnos cual rayo y hacer como que no ha pasado nada, a pesar de que sabemos que sí ha pasado y que todo el mundo se está descojonando de nosotros. Porque si pasas de los cincuenta y presentas alguna cana la gente se acerca a levantarte, pero si no…
Y es que la vergüenza es algo con lo que todos convivimos diariamente, y unos lo llevamos mejor y otros peor. Y por si no tuviéramos bastante con la propia, también diariamente nos asalta esa otra gran estrella que es la vergüenza ajena. Unos ejemplos de esta última, podrían ser, por ejemplo, ver a tu padre bailando un politono en A tu lado o a los vecinos de tu pueblo en algún programa de Canal Sur. No se me ocurre nada peor, la verdad.
A mí siempre me ha dado mucha vergüenza todo. Desde las cosas más banales hasta las más típicas. Pero es verdad que es un sentimiento que se va desarrollando a medida que vas creciendo. De niño no te importa jugar mal al fútbol, bailar en el escenario en la fiesta de fin de curso, hacer obras de teatro más simples que cualquier guión de Globomedia, hablar en público… Todas estas acciones, divertidas y banales a los 5, se convierten en verdaderas odiseas a partir de los 15. Y pueden convertirse en un verdadero problema. No entiendo como, si sabemos que algún día nos tendremos que enfrentar a ello, en los colegios no se nos prepara para dos actividades muy importantes en la socialización de todo el mundo: hablar en público y bailar. Bueno, otra sería el desnudarnos delante de los demás, pero para eso tendrían que desnudar a todos los niños en los patios de los colegios, cosa que no es demasiado factible. Pero los otros dos casos van a ser dos pilares fundamentales en la vida de una persona, y sería necesario que nos enfrentáramos a ello cuanto antes.
¿Cuánta gente hay que no baila? A cierta edad ya es una elección propia, pero cuando empiezas a salir, si no bailas eres el antipático de la pandilla, y el simple hecho de no haberlo hecho nunca hace que ni lo intentes, y así la bola se va haciendo cada vez más grande y afecta a otros campos de tu vida. Te proporciona inseguridad y hace que cualquier evento social se convierta en una pesadilla porque te pasas toda la noche temiendo el momento en que tengas que bailar. Y eso con gente conocida, porque si estás entre compañeros de trabajo, por ejemplo, la cosa es aún más grave.
¿Y hablar en público? ¿Quién te prepara para eso? No me refiero sólo al momento en que tengas que presentar el proyecto fin de carrera o hacer una presentación en una empresa, sino también al momento ese en el que todos esperan que digas algo y a ti te da mas vergüenza el no saber que decir que el propio hecho de hablar en público. No estarían de más unas pautas básicas que seguir en diversos momentos, tipo cuando te toca proponer un brindis o contar un chiste. De verdad, para los que lo hemos sufrido sería de gran utilidad.
Supongo que a los que vayan de seguros por la vida esto les parecerá una tontería, pero para los que hemos visto cerrarse muchas puertas delante de nuestras narices, habiéndonos retirado antes de empezar debido a nuestro temor a hacer el ridículo no hubiera estado de más que alguien nos hubiera dicho, en algún momento, “chaval, no pasa nada si lo haces mal”.