22 febrero 2007

Sábado por la tarde

Si hay algo de lo que he sido consciente al volver a retomar el vinilo es de lo feliz que yo era cuando era pequeño. No quiero decir que ahora no lo sea, sólo que nunca me paro a pensar en épocas pasadas y en analizar si fueron buenas o malas, mi memoria sólo abarca a recordar periodos muy cercanos. Pero ahora, seleccionando en casa de mis padres los vinilos que tenía, he sido consciente de la suerte que he tenido.

No todo el mundo (y lo he confirmado hablando con mis amigos) puede decir que en su casa se organizaran verdaderos festivales musicales en riguroso playback donde se interpretaban éxitos de la talla de Fotonovela (Iván), Él (Lucía), Ay Ay Ay (Bibi Andersen), el Noa Noa (Massiel), la discografía de Yuri o los temas de Ángela Carrasco. Todo el mundo habla de la música que escuchó durante su infancia y hace referencia a los Beatles, a los Rolling, Led Zeppelin... Yo no puedo tirarme el moco de esa manera: la herencia más importante de mi abuelo (locutor de la SER) es una impresionante colección de vinilos (LP y singles) de música popular. Algún que otro single aparente (The Doors, Rolling Stones o ABBA) pero la mayoría canciones de artistas que las discográficas lanzaban casi a diario, desapareciendo del mapa tras ese primer lanzamiento.

Disfrutaba tremendamente con mi hermana cantando, algo que no he vuelto a hacer hasta hace muy poco tiempo (el Singstar es lo que tiene). Utilizábamos un trozo de madera proveniente de la silla de la cocina (la típica con la que hay que tener cuidado cuando te sientas porque le falta un palo: el palo-micro) y un tocadiscos que nos había traído mi abuelo de Melilla. El tocadiscos daba unos calambrazos tremendos, sobre todo porque lo encendíamos y apagábamos descalzos y mojados. Pero daba igual, era parte del juego.

Al igual que el tocadiscos, fuimos afortunados también al tener un proyector con sonido, el cual mi madre nos dosificaba para que cualquier proyección supusiera todo un acontecimiento. Recuerdo los sábados y domingos de lluvia como nos reuníamos para organizarlo todo: bajar el proyector del armario, montar la pantalla, sacar las películas, elegir la que íbamos a ver (las posibilidades eran El Hombre y la Tierra, La Guerra de las Galaxias, dibujos de la Warner, Mortadelo y Filemón, dos películas de El Gordo y el Flaco que eran mis preferidas y una película de un fakir clavándose una espada), colocar la película en el proyector, apagar las luces y empezar a verla mientras ese olorcillo a quemado que produce la lámpara del proyector al entrar en contacto con la película nos invadía.

Todo esto viene a cuento porque creo que nunca estaré lo suficientemente agradecido a mi familia por todo esto; sin darme cuenta, estaba asistiendo a la configuración de mi personalidad, mis gustos y mis aficiones de una manera increíble. Crear interés sin que parezca aburrido es algo que yo nunca he sabido hacer, y que si alguna vez tengo hijos pienso aplicar desde el principio. No se si sólo se limitaron a despertar en mi algo que ya existía o si realmente moldearon mi personalidad, pero en cualquier caso, benditos sean.