06 octubre 2004

Relato numero dos: El futuro elegido

El calor aquella tarde era insoportable. La abuela de Nerea Almeida se debatía entre el desvanecimiento y la conciencia en una esquina de la destartalada iglesia. A pesar de que todos venían de motu propio a la boda, mas de la mitad hubiera deseado no tener que asistir a tan irreal acontecimiento. Allí estaba Nerea Almeida: en la iglesia, delante del altar, y, por fin, vestida de blanco: la única razón por la que eligió la Iglesia como sitio para casarse.

Nerea Almeida conocía perfectamente lo que todos pensaban del hecho de que ella se casase con semejante personaje. Por un lado, estaban los que continuamente estaban martilleándola con información sobre las juergas nocturnas de Alberto Jauregui, como su hermana. Ella la ignoraba, pero en el fondo sabía que todo lo que le contaba era verdad. Por el otro, estaban sus familiares que le recordaban continuamente cuan ruin iba a ser su vida al lado de Alberto. Ella intuía perfectamente su futuro, pero no le parecía tampoco que mereciera algo mejor. Y ya por último estaban los que la animaban a dar el paso, más que nada porque después de 15 años de noviazgo aquello tenía que acabar de alguna manera, buena o mala, eso daba igual.

A pesar de que era una persona que no tenía lo que se dice demasiada lucidez ni rapidez mental, esa mañana estaba extrañamente inspirada para imaginar.

Desde su cama, esperando a que sonara el despertador que la noche anterior había fijado a las 8:15, empezó a pensar en cómo sería la vida después de su boda.

“Al principio podré seguir con mi trabajo de profesora en la escuela para sordos, pues con el dinero que ganamos entre los dos podremos tener asistenta. El problema vendrá en cuanto el hijo de Alberto que llevo dentro no me permita seguir; en ese momento tendré que dejarlo por unos meses. Y cuando el niño nazca, empezarán los gastos; llegará un momento en que no podamos mantener a la asistenta y yo tenga que dejar mi trabajo y venirme a casa; ya me veo como Carmen Maura en una película de Almodóvar, rodeada de niños que no quiero y con una familia impuesta contra mi voluntad. A todo esto habría que sumarle que el amor de mi marido ya no lo tendré; la monotonía le habrá hecho olvidar lo que nunca sintió por mí.”

Por un momento Nerea se vio a si misma como la imagen heredada de su propia madre; una persona frustrada, con mil ideas que llevar a cabo y un muro perenne contra el que chocaba continuamente: su padre. La idea le horrorizó, y poco a poco, su cabeza empezó a zigzaguear por un camino que ella nunca antes había transitado.

De repente, sin saber como, su mente se vio invadida por un pensamiento: la muerte. Desde pequeña, la imagen que se había ido formando en su cabeza sobre la muerte no tenía nada que ver con la que otra mucha gente tenía. No la veía como algo negativo, sino como el fin a todo lo que empieza. Asumió que tenía que morir casi antes de asumir que había nacido. Cada vez que veía a alguien por la calle mendigando, pensaba que lo mejor que le podía ocurrir a esa persona era la muerte.

Para los protagonistas que contaban sus miserias en los programas de televisión, ella intuía que la muerte solucionaría todos sus problemas. De hecho, alguna que otra vez llamó para darles ese consejo, solo que nunca le pasaron la llamada en directo.

En los países pobres, Nerea pensaba que la única solución para atajar el problema del hambre era empezar desde cero, es decir, eliminar a los que ya existían y repoblar dichos países con gente del primer mundo, para que nacieran ya como países civilizados.

Y ahora Nerea Almeida se preguntaba si la muerte solucionaría la vida que a ella le esperaba. O mejor aún…. Si la muerte de Alberto solucionaría la vida que a ella le esperaba.

Pero por un momento, Nerea Almeida tuvo miedo de pensar lo que estaba pensando; ese miedo se desvaneció en cuanto pensó en las dos alternativas que se abrían ante ella: su suicidio no le parecía para nada cobarde; para que continuar con algo que no va a acabar bien. el asesinato de Alberto era la otra. El problema es que no sabía cual de las dos le produciría más satisfacción y tranquilidad.

Para solucionar sus temores, se permitió el lujo de viajar mentalmente al momento justo posterior a la muerte. Primero se planteó su suicidio. A pesar de que era demasiado cobarde para hacerlo, sabía que al final acabaría haciéndolo. Eso sí, no elegiría una muerte violenta, para sufrir ya estaba la vida. Visionó su muerte y la paz que ella le traería. Pero después pensó en todo lo que habría dejado inconcluso: sus propios hijos, los niños de la escuela, aquel libro que nunca acababa,… Le parecía que su muerte sería desperdiciar una vida que todavía tenía mucho que ofrecer.

Así que se situó en el momento de la muerte de Alberto. Por supuesto ella sería la que le matara. Quizás lo haría de un fuerte golpe en la cabeza, pero ¿con qué objeto? Elegiría el palo de golf: a él siempre le gustó el golf, y si le hubiera preguntado seguro le habría dicho que sí, que le matara con un palo de golf. E imaginó el momento del golpe, la caída de Alberto, y la sensación de libertad que sentiría. Sólo por ese minuto, ese minuto posterior a la caída, en el que solo se oyera el silencio, valía la pena decidirse por esta opción. Además, ella sabía perfectamente que él no iba a echar de menos la vida. No tenía inquietudes, nada que ofrecer que no estuviera dicho o hecho ya. No sería una gran perdida. Si normalmente a una persona se la olvidaba al paso de 4 generaciones, a Alberto se le olvidaría, a lo sumo, en 2.

Desde la cama, a las 8:10 de la mañana, Nerea Almeida había decidido que Alberto Jauregui debía morir para solucionar su vida. No sabía todavía cuando, el reloj la había impedido continuar con el plan. Se levantó de la cama, y comenzaron todos los preparativos de un día de boda cualquiera. Peluqueros, maquilladores, fotógrafos, el traje, el ramo, el coche, el padrino…. Y en su cabeza una imagen y una sensación: el altar y el minuto de paz posterior al golpe.

Y ahí estaba Nerea Almeida, contestando “sí, quiero” a la pregunta del cura, pero sabiendo perfectamente que no, no es eso lo que quería. Lo que ella quería solo ella se lo podía dar, y por una vez en su vida iba a ponerse manos a la obra para conseguirlo.

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