09 abril 2007

Carne, huesos y TV

Si hay algún medio que está satanizado en España es la televisión. Ni la prensa escrita (ya sea seria o de usar y tirar tipo 20 minutos) ni la radio gozan de niveles tan bajos de respeto. Y dentro de la televisión, hay subniveles aún más denostados, como los programas amarillos. Rellenan contenido (en algunas cadenas más que otras) de una forma muy rentable, y se produce el curioso efecto que ante cualquier mención de los mismos en una conversación, todo el mundo se apresura en desmarcarse para que su imagen externa no se vea mancillada. Algo que hacen hasta los presentadores de dichos espacios, que de vez en cuando sueltan un “no se pierdan el último libro de Auster” o “es como en aquella película de Greenaway” sin saber que hay cosas que dichas en ciertos entornos provocan el efecto contrario al pretendido…

No voy yo por tanto a desmarcarme como lo hacen todos. Me da igual que esto no sea políticamente correcto. Lo confieso: consumo este tipo de productos. Y sí, soy consciente de la poca calidad que ofrecen. Pero no creo que por eso tengan que ser repudiados de esa manera. Sobre todo cuando basura hay en todas partes, empezando por los periódicos nacionales, los telediarios o los programas de entretenimiento. ¿Y cómo se llega a disfrutar de cosas como una prueba de paternidad/test de embarazo en directo, una pelea entre dos señoras madurísimas de la escena trash española, un concurso donde encierran a gente para que se peleen dentro y fuera de los platós o del escarnio público de todo un grupo de políticos marbellíes? Pues relajándose y asumiendo que, o bien están ahí porque quieren estar o es el castigo del pueblo a tanta poca vergüenza. Porque yo, como espectador, no puedo ver en ellos a personas de las que me rodean todos los días, de esas que no van por ahí pisando a los demás o haciendo primar sus propios beneficios. En su lugar veo a un conjunto de personajes que, de tanto aparecer, han traspasado la barrera existente entre lo real y lo ficticio, y han pasado a ser un personaje más de esa teleserie que se llama “Famosos”, y por los cuales no siento la más mínima pena o compasión. Sobre todo porque son ellos los que han elegido estar ahí, y hay muy pocos por no decir ninguno que no utilice a la prensa amarilla para promocionar sus presentes o futuros proyectos. Eso en el caso de que seas famoso "de por sí". Si eres anónimo e intentas conseguir tus 15 minutos de fama… ¿quién soy yo para impedírtelo?

Y el hecho de ser espectadores habituales de este tipo de productos… ¿nos hace ser peor que quienes no lo son? Supongo que depende de a quién le preguntes. Un no espectador te dirá que esa basura solo puede hacerte llenar horas y horas de tiempo e información vacía, la cual no necesitas y además es perjudicial, ya que te embrutece.Un espectador replicará que lo uno no está reñido con lo otro, y que es de una demagogia tal afirmar eso que desacredita de inmediato a quién lo hace. ¿Desde cuándo comer solomillo está reñido con disfrutar de comida basura? ¿Quién no se rinde de vez en cuando a los placeres más mundanos?

Si el problema está en que resulta molesto ver la televisión y encontrarse “mientras se zapea” con tales productos y personajes, la solución es bien sencilla. Apagas la tele y te lees un libro, te apuntas al cable para ver lo que te dé la gana o te vas a la calle. Sin duda, me parecen mucho más peligrosas ciertas editoriales de El Mundo o del ABC, las opiniones de algunos tertulianos televisivos, la labor de nuestros representantes políticos, ciertos presentadores de informativos radiofónicos o las proclamas de la Iglesia sobre ciertos temas.

Démosle una oportunidad al espectador: no sentemos cátedra sobre lo que es bueno o no para él. Afortunadamente no es un ente-esponja que absorbe sin analizar todo lo que ve por televisión. Y si lo fuera, es su problema, y el de nadie más.

Publicado en puntocultural.com

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tema ancho el que has elegido hoy, querido mambo taxi.

He de decir que me encantan los programas en los que la Senovilla desvela si Angelita es hija o no de Juan Pedro, los programas en los que eligen a la Mariana, la del cuarto, para que durante dos meses de encierro salga con nuevos dientes, nuevas tetas, nuevas cartucheras, sin gafas, silicona en los labios y sin puente en la nariz, y también me encantan los programas en los que Manuel es sentado en un sillón, frente a un sobre gigante, para descubrir que Antonio, Luis y Enrique están al otro lado para decirle que si se acuerda de ellos, porque son sus compañeros de mili a los que no ve desde hace 43 años.

Disfruto viendo estos programas, al igual que viendo otros. Pero estos tres son mis favoritos, aunque alguno ya no esté en antena.

Y, sinceramente, no sé si está bien o no. No sé si debería apagar la tele o dejarla encendida. No me lo planteo. Sólo me planteo que por alguna razón me río y me lo paso bien.

Sé que no me reiría si la Angelita fuera mi madre, o si la Mariana fuera mi hermana, o si Manuel fuera mi padre. Pero no lo son. Todavía no lo son.......