Todos hemos visto alguna vez en televisión esas imágenes en las que un grupo de aficionados al fútbol llegan a una ciudad extranjera y, deseosos de que las cámaras registren su momento de euforia, comienzan a hacer aspavientos con las banderas, las bufandas o a besarse entre ellos para demostrar lo afortunados que son por estar ahí y tú no. No creo que sean concientes de lo gilipollas que parecen, no por el hecho de pagar cientos de euros por irse detrás de un equipo de fútbol (al fin y al cabo cada uno se gasta el dinero en lo que quiere), sino por pisar una ciudad a la que no van a volver por iniciativa propia nunca, y desaprovechar esa oportunidad bebiendo cerveza y dando el cante por las calles.
De veras, es para analizarlo: unos 600 euros el viaje completo para estar un día y medio en la ciudad de destino, pasarte el 80% de ese tiempo borracho como una cuba y buscando cámaras para que en España tu familia y amigos vean “la hazaña” que estás protagonizando. Es un fenómeno que se suele dar entre aquellos que la única vez que salen de su casa es cuando van a ver a “su equipo”, y que después suelen ser los que aseguran que como aquí en España no se vive en ninguna parte. Por no hablar de los que directamente dogmatizan con que no es en España donde se vive bien, sino en Andalucía, ya que en el resto de comunidades no tienen ni idea de lo que es la calidad de vida.
Lo más preocupante de todo esto es que, si te fijas en el interlocutor, suele ser alguien que lo más lejos que ha viajado es al pueblo de los padres en agosto. Y claro, eso desvirtúa y anula cualquier palabra que salga de su boca. Y estás ahí, escuchando que no hay nada como sentarse en una terraza al fresquito y tomarse una cerveza, y te das cuenta de que no es posible que esa persona y tú tengáis una educación similar y hayáis nacido en la misma época, aunque es evidente que la escala de valores no es la misma. Ni siquiera son capaces de plantearse que puedan existir otras cosas que ¡oh sorpresa! producen más placeres que una Cruzcampo helada. Porque para lo que algunos calidad de vida = descanso + alcohol, para otros significa algo muy bien distinto. Supongo que hablar de museos que visitar, conciertos a los que asistir, gente diferente con la que relacionarse o actividades culturales que realizar es hablar por hablar, porque es algo que esta gente no valora. Es mucho mejor vivir en ciudades en las que en verano hay muy poco que hacer, en las que circular con bici sea (incluso con la existencia del carril bici) jugarte tu vida tu la de los viandantes cada vez que sales, en las que no existen salas de conciertos donde poder dar uno sin que se convierta es un acontecimiento (por lo excepcional del evento), en la que el calor haga que salir a la calle sea una aventura que no sabes cómo va a acabar o donde la doble o triple fila automovilística te impide siquiera pasear. Pero eso sí, nunca vas a echar de menos una cerveza porque siempre vas a tener un bar donde tomarla.
No digo con esto que vivamos en un país tercermundista ni nada por el estilo: sólo digo que el conformismo te puede hacer perderte muchas cosas. Ni tampoco que viajando uno se vuelva más culto -si no pone un poquito de su parte-: al fin y al cabo, te puedes ir a Croacia a cogerte una borrachera y volverte, y no te habrás enterado de nada. Sólo que me parece un insulto, para los que nos quedamos sin vacaciones, ver a esta gente conformándose con desgañitarse en un estadio (o peor: fuera de él) mientras dejan de hacer y ver todo lo que a nosotros desde el sofá nos gustaría estar haciendo con el dineral que ellos se han dejado en algo que el resto de los mortales consideramos inútil.